Capítulo 1 – Parte 1
Treinta minutos después, el hombre con la camiseta del signo de paz que había matado al detective Rick Fury y escapado con el hada, fue encontrado tirado a un lado de la carretera junto a un basurero, a dos kilómetros de la escena del crimen.
Ya estaba muerto, y el hada había desaparecido.
Su cuerpo había sido descubierto por un coche de policía que patrullaba la zona. Había muerto por una grave pérdida de sangre y un daño fatal en los órganos, causado por las balas que Matoba había disparado. Normalmente, un hombre con heridas tan graves habría caído muerto a los tres minutos de ser disparado. A pesar de esto, había corrido dos kilómetros enteros antes de morir. Fue un incidente que no podía explicarse con la lógica que teníamos aquí en «este lado» del mundo.
Muy pronto, la identidad del hombre fue revelada. Había inmigrado a Santa Teresa hace dos años, y trabajaba como empleado en un sex shop.
No había nada particularmente sospechoso en el nombre o la ocupación del hombre. El detalle más importante era que había sido poseído por un ser desconocido, exhibía una fuerza inhumana, asesinó a Rick Fury, y huyó a pesar de estar mortalmente herido. Por lo que se sabía, los únicos seres capaces de causar algo así eran los Mildeeta (Hechiceros) del pueblo Semani.
Aunque el hombre no tenía el control de su propio cuerpo, los disparos de Matoba no fueron nada más que un acto de autodefensa. No debería haber ninguna razón para acusarlo de asesinato.
«Pero incluso entonces, no hay exactamente un precedente que debamos seguir», dijo el inspector Jack Roth, que acababa de llegar a la escena. Era el jefe de la Brigada Especial Anti-vicio de la que Matoba formaba parte, lo que le convertía en su jefe directo.
«¿Precedente…?”, preguntó Matoba preocupado, echando un rápido vistazo a la cara de Roth.
El cuerpo de Fury, junto con el del otro filipino ya había sido transportado lejos de la escena. Matoba se recostó en la parrilla delantera del coche de policía, sorbiendo de la ahora tibia taza de café que tenía en sus manos.
La Unidad Forense ya había concluido su trabajo y se preparaba para abandonar el lugar. Dentro de una hora, este callejón volverá a quedar en silencio una vez más, sin dejar rastro del crimen que tuvo lugar en él.
«¿Qué quiere decir con ‘precedente’?».
«Quiero decir que nunca hemos tenido un caso en el que el sospechoso se quite las esposas por la fuerza, asesine a uno de nuestros oficiales con las manos desnudas y corra durante dos kilómetros mientras sufre heridas mortales. He oído muchas cosas sobre la ‘magia’ que los Semani son capaces de usar, pero nunca he oído nada como esto».
La voz del inspector Roth era fría y apática.
Con menos de 50 años, Jack Roth no era particularmente corpulento ni musculoso. Pero a pesar de su apariencia, desprendía un aura dura y formidable, que se negaba a flaquear en presencia de cualquier enemigo que se enfrentara, por muy poderoso que fuera. Su pálido rostro no mostraba el más mínimo indicio de sonrisa, y sus ojos grises se parecían a los de algún filósofo cansado, uno que ha mirado a través de la abismal corrupción humana. Su abrigo negro parecía absorber la monotonía del aire que flotaba en el callejón.
Había trabajado con Rick Fury durante mucho tiempo, desde que aún estaban con la policía de Nueva York. Muchos de los oficiales de la STPD habían venido de departamentos de policía de todo el mundo, habiendo acumulado años y años de experiencia.
El inspector Roth no tenía la intención de reprender o interrogar a Matoba.
«Es triste verle irse así».
«Lo siento mucho, jefe».
«No es tu culpa”.
«No estoy seguro de eso. Debió haber algo que yo podría haber hecho».
Matoba sabía de la magia que los Semani podían usar para poseer a otros. De hecho, él mismo lo había experimentado de primera mano.
Había bajado la guardia.
«Debí haberlo sabido».
«No podrías haberlo sabido. Típicamente, justo antes de que alguien sea poseído, comienza a exhibir patrones inusuales de comportamiento y habla. Y no había ningún signo de eso con esos filipinos, ¿correcto?».
«Supongo…».
«Entonces me repetiré una vez más. No es tu culpa».
«Pero…».
«Sólo deja de preocuparte por eso. La ley se encargará del resto».
Roth sonaba tan indiferente como siempre, pero había un ligero rastro de irritación en su voz.
Sin embargo, tenía razón. No tenía sentido culparse a sí mismo. No importaba cuántas veces Matoba expresara su culpa a su jefe, no lograría nada. Sus palabras no podían cambiar el pasado.
«Entendido. También quería hablar del hada y del cómo aparentemente hay algo especial en ella».
«Eso es lo que dijo el sospechoso, ¿no?».
«Sí, dijo en farbarniano que el hada estaba ‘destinada a entrar en su posesión desde el principio’. Además, cuando se dirigió a mí, dijo ‘Doreena meta baderi na´ (Bárbaro patético)’. Nunca he escuchado la palabra «baderi» fuera de mis clases de farbarniano. Ninguno de los inmigrantes de esta ciudad la usa, por lo menos no se dé alguno que lo haga».
La palabra «baderi» se tradujo aproximadamente por «muy», pero era una palabra arcaica que sólo se utilizaba en contextos formales. Los semanianos que vivían en esta ciudad simplemente usaban la palabra «baada» en su lugar.
«Tal vez el sospechoso es de un origen más educado».
«Es un hechicero, así que debe ser más educado que el semaniano promedio. Pero, aun así, todavía no entiendo por qué eligió hablar conmigo».
«Tal vez no hay ninguna razón para sus acciones».
«¿Por qué dices eso?».
«Porque toda su civilización se basa en una completa falta de razón».
Aunque parecía que Roth los llamaba salvajes incivilizados, Matoba entendió exactamente lo que quería decir. La cultura de los Semani era completamente diferente a la suya. Los Semani no valoraban los mismos ideales que tenían los humanos que vivían en este mundo, sin tener en cuenta conceptos como «democracia» o «derechos humanos», e incluso la idea de «razonamiento científico» no era ampliamente aceptada entre su gente.
Por supuesto, los conocimientos matemáticos y científicos básicos todavía existían en su civilización. Comprendían el concepto de cero, podían realizar la trigonometría básica y eran plenamente competentes en el campo de la metalurgia. Sin embargo, en la raíz de su comprensión del mundo había una filosofía completamente diferente. Era una que les llevaba a decidir su día de trabajo basándose en la fase de la luna, a elegir su pareja de matrimonio basándose en las predicciones de un adivino, y a soltar feroces gritos de guerra cuando se comprometían en el campo de batalla.
Su civilización no era ciertamente una que valorara la racionalidad.
Sin embargo, todas estas prácticas «irracionales» de los Semani no habrían sido fuera de lo común para los humanos hace unos pocos siglos. De hecho, al interactuar con los Semani, hubo momentos en los que uno podría pensar que la sociedad moderna del siglo XXI de la Tierra era la irracional.
«Tenemos que encontrar al sospechoso y a su hada», dijo Roth. «He informado a la estación de policía local y están trabajando para buscar en la zona, pero dudo que lo atrapen tan fácilmente. Probablemente tendremos más suerte buscando en las rutas de tráfico de la ciudad».
«Bien. Saldré pronto. Pero primero, necesito interrogar a ese filipino y averiguar cómo le puso las manos encima a esa maldita hada».
Matoba se puso de pie, tambaleándose. Respirando profundamente, estiró los hombros. Toda su espalda todavía le molestaba por el dolor de haber sido arrojado contra la pared.
«Los otros se encargarán de eso. Ahora ve a casa y descansa un poco».
«Jefe, por favor, dime que estás bromeando”.
Matoba resopló, mirando con incredulidad a Roth.
«Mi compañero, con el que he trabajado durante cuatro años, acaba de ser asesinado. Aunque me fuera a casa ahora mismo, ¿cómo diablos esperas que descanse? Bueno, pensándolo bien, supongo que podría ver la repetición de «Los Archivos X» esta noche. Pero desafortunadamente, desprecio absolutamente ese programa. ¿Y por qué lo están emitiendo en una ciudad llena de alienígenas que usan magia? ¿Se supone que es una especie de broma? Pero, de cualquier manera, no hay manera de que descanse esta noche».
“¡Me importa un carajo el programa que quieras ver! ¡No voy a dejar que vuelvas al trabajo!».
Las palabras de Roth fueron firmes e inmóviles.
«Has estado trabajando desde ayer por la noche, durante treinta horas seguidas. Tratar de forzarte a pasar tu límite no va a lograr absolutamente nada. Ahora vete a casa. Es una orden».
«Pero…».
«Presente su informe antes de las nueve de la mañana. Luego nos reuniremos y te daré instrucciones».
Matoba sabía que no tenía sentido discutir.
Porque era la decisión correcta. Este iba a ser un caso difícil de abordar y no tendría sentido que Matoba desperdiciara toda su energía en una sola noche.
«¿Debería ser yo quien se lo diga a Amy?», preguntó Matoba. Acababa de recordar a la ahora viuda de Rick Fury.
«No, yo le diré…».
Roth se cortó abruptamente.
«…No importa. Por favor, entregue la noticia de antemano, y hágale saber que iremos a recogerla. Yo me encargaré del resto».
«Entendido».
«Siento todo esto. Pero cuento contigo».
«No hay problema».
Encogiéndose de hombros, Matoba volvió a su coche.
Era un Cooper S del 2002, uno de los primeros modelos de la nueva generación de Minis que BMW había estado produciendo. Recostado en el asiento del conductor, encendió el motor, pero su atención fue captada por algo que vio sentado en el portavasos cerca de la palanca. Era la taza de café de papel que Fury había estado bebiendo ese día. Se había dejado sin terminar.
Después de un breve momento de vacilación, Matoba cogió la taza y la tiró por la ventana.
No estaba de humor para conducir directamente a casa, Matoba vagaba sin rumbo por la ciudad en su coche. Condujo de vuelta a la escena del crimen, a través de la calle Península hasta la calle Matusalén. Ya eran más de las dos de la tarde, pero el distrito de entretenimiento seguía lleno de gente.
En muchos sentidos, la calle Matusalén de Santa Teresa era similar al Kabukicho[1] de Japón. Había innumerables bares y clubes esparcidos hasta donde la vista podía ver. Numerosos bares de topless[2] y sex-shops estaban esparcidos por todas partes. Caminando por las aceras había una masa desordenada de gente, moviéndose en todas las direcciones posibles.
Era una ciudad bulliciosa de luces de neón que podrías encontrar en cualquier lugar del mundo.
Se veían enjambres de palabras en los carteles de colores vivos que colgaban en el cielo nocturno. Las palabras no sólo estaban en inglés, sino también en ruso, español, francés, coreano, chino. Había algunos idiomas que Matoba ni siquiera podía reconocer. Debían estar escritos en tailandés o vietnamita. También había algunos signos árabes mezclados, pero ni siquiera Matoba, que había vivido en esta ciudad durante muchos años, tenía la más mínima idea de lo que significaban.
Las palabras japonesas también eran muy comunes. Mirando alrededor, uno podía ver innumerables carteles que anunciaban «adolt tois» o «tosty barbcew» cerca. Parecía como si alguien hubiera copiado descuidadamente las palabras de algún anuncio japonés con muy poco éxito. Los otros idiomas también deben haber estado plagados de errores. El diverso y confuso lío de idiomas de la ciudad había sido bastante entretenido para Matoba, criado en Atsugi, cuando la visitó por primera vez durante la guerra, ahora era solo otra vista familiar.
Pero había una cosa que la diferenciaba de las otras grandes ciudades del mundo. Era la presencia del farbarniano, un idioma que se usaba mucho en «el otro lado».
La frase farbarniana más conocida entre los terrícolas era «Leto Semani». Traducida al lenguaje de la «tierra de los humanos», era una frase que se refería al mundo habitado por el pueblo Semani. Era la contraparte de la «Tierra» que era el hogar de los humanos en este lado del mundo.
Sin embargo, a diferencia de la Tierra, el hogar de los Semani no era un planeta.
La interminable extensión de vacío que los terrícolas conocían como «espacio» no existía en el mundo Semani. Los Semani vivía en una semiesfera de aproximadamente 38.000 kilómetros de ancho cuya superficie entera estaba cubierta por vastas extensiones de tierra y océano, muy parecida a la Tierra. Sin embargo, en el borde del mundo había una barrera de densas nubes de truenos que hacían imposible avanzar más allá de los límites. Era una reminiscencia del mundo en el que los humanos de la Tierra debieron haber creído hace miles de años.
Nadie sabía lo que había más allá de las nubes. Muchas veces los científicos de la Tierra han intentado averiguarlo con drones voladores a través de la barrera, pero sus esfuerzos han sido
infructuosos. El dron perdería la conexión en el momento en que entrara en contacto con las nubes.
El sol y la luna aún se elevaban en el cielo de los Semani. Sin embargo, no estaba claro si estaban en órbita o fijos en su lugar. Se dispararon cohetes no tripulados al cielo para investigar, pero siempre se rompían en pedazos a una altitud de unos 80 kilómetros. Se desconocía la razón científica de esta rotura, pero los semanios insistieron en que era de esperar porque se estaban «rebelando contra los cielos».
Aunque los exploradores de la Tierra han realizado extensas investigaciones sobre el funcionamiento del mundo Semani, los datos recogidos por su equipo han sido tan disparatados y auto conflictivos que no se han podido sacar conclusiones razonables. Hubo muchas, muchas teorías que intentaron explicar la naturaleza del espacio Semani, pero ninguna de ellas se acercó siquiera a proporcionar una explicación completa.
El pueblo semani se divertía a menudo con los esfuerzos inútiles de los terrícolas por reunir datos sobre su mundo. Además, no parecían expresar ni el más mínimo indicio de curiosidad por los avances en la observación del espacio en la Tierra.
Había muchos semanios que vivían en la ciudad de Santa Teresa.
Cuando la «puerta» dimensional surgió por primera vez, una gran isla apareció misteriosamente en el Océano Pacífico. Conocida como «Isla Kariana», esta masa de tierra había sido originalmente una península en el mundo Semani, pero de alguna manera había sido transportada inter-dimensionalmente a la Tierra. Con el tiempo, los humanos comenzaron a asentarse en una antigua ciudad semanio en la isla, dando lugar al desarrollo de la moderna ciudad de Santa Teresa.
Situada más cerca de la puerta dimensional, la ciudad llegó a ser conocida como la «puerta principal» de la Tierra.
Incluso ahora, conduciendo a través de la ciudad, uno podía ver innumerables semanios dispersos entre la multitud de peatones. Aquí, a todos ellos se les llamaba «semanios», aunque la palabra «semanio» era un término increíblemente amplio que abarcaba a todos los humanos que venían del mundo semanio. Se suponía que había pequeñas diferencias en la composición fisiológica de los semanios, así que los estudiosos de la Tierra les asignaron con entusiasmo la nomenclatura científica de «Homo Semanica».
Pero afortunadamente, los innumerables misterios del mundo podían dejarse para ser resueltos por los muchos que se complacían en perseguirlos. Nada de eso le importaba a Matoba. En este momento, como oficial de policía, su mayor preocupación era la multitud de personas que iban y venían a su alrededor. El sospechoso podría estar escondido en cualquier lugar.
Salió del distrito de entretenimiento. No podía permitirse el lujo de quedarse vagando por ahí para siempre.
Había algo que tenía que hacer.
[1] Es un vecindario de Shinjuku, Tokio, Japón. Se considera el barrio rojo más importante de Japón; en su entorno se encuentran miles de locales de entretenimiento enfocados al mercado de adultos. El área cuenta con muchos bares, hostales, moteles, locales comerciales, restaurantes y clubes nocturnos tanto para mujeres como para hombres. En la parte oeste del vecindario se hallan también muchos de los establecimientos dedicados a la población gay de Tokio, que se extiende hasta el barrio de Shinjuku San-Choume.
[2] Es un bar, pero las camareras están semidesnudas o completamente sin ropa.
0 Comments: